lunes, 26 de diciembre de 2011

¿Por qué me miras tan serio?

peñaranda, atardecer

Un labrador avanza, al atardecer, por el camino de la izquierda que conduce al pueblo.
Camina, llevando las riendas del caballo delantero. El carro, pintado de color madera, con barrotes de hierro, dice mucho de su dueño, persona laboriosa y cuidadosa. Su paso, acompasado, es lento y cansado, después de un duro día de trabajo.
Se ha levantado un par de horas antes del alba, para darle de comer a las mulas y al caballo, preparar el carro y la reata y desplazarse a la tierra, a una hora de camino de casa.
La jornada ha sido larga y cansada, catorce horas de faena, apenas una hora para comer, al mediodía, “comida de seco y vino caliente en la bota”, lo justo para perder el apetito. No ha podido encontrar una triste sombra para descansar un rato de los inclementes rayos del sol.
Sus momentos de descanso, tres o cuatro cigarros que ha liado con el tabaco de la petaca, con la maestría de los años y unos breves minutos de charla, a última hora de la mañana, cuando pasó al lado de la tierra un amigo de juventud del pueblo de al lado, con el que compartió la preocupación porque “la temporaza está avanzada, no ha llovido y el trigo va mermado”, presagios de una cosecha escasa.
En la cara del labrador, surcada de profundas arrugas, de los muchos años de sol a sol, su mirada expresa la tenacidad del hombre curtido en el trabajo y la adversidad, que sabe que el destino es trabajar para procurar un humilde sustento para su familia, con seriedad y honradez.
Un muchazo joven, vestido como señorito elegante de ciudad, está sentado en un mojón al lado de la carretera, a la sombra de los álamos. Tiene porte apuesto y distinguido y contempla esta llanura castellana, desde donde echa en falta la luminosidad abrumadora de llanura cálida del mar de su infancia.
El labrador avanza y el muchacho distinguido se levanta para pelar la hebra con el lugareño. Lo saluda con amabilidad, con ganas de entablar conversación pero con preguntas de señorito de ciudad y se queda contrariado por la respuesta cortés, pero seca, del labrador.
El muchacho joven se queda contemplando como se aleja el labrador, que compone una bella imagen con el atardecer en la espalda. Avanza rápidamente, llega a la altura del labrador y le dice….
¿Por qué me miras tan serio,
carretero?
Tienes cuatro mulas tordas,
un caballo delantero,
un carro de ruedas verdes,
y la carretera toda
para ti,
carretero.
¿Qué más quieres?

El labrador sonríe para sus adentros, “qué sabrá este señorito de la vida” y continua el camino…
Llegar a casa, descargar el carro, cepillar la mulas, prepararles su cena de paja y avena y pensar en la faena de mañana.
Con el último cigarro del día, contemplando el corral con la claridad de la luna llena, murmura, “así es la vida, hay que aceptarla como viene..:”

peñaranda, desde el castillo

domingo, 4 de diciembre de 2011

¿Había salida?


sin salida
¿Hay salida?
Me quedo quieto, cierro los ojos, respiro, respiro….respiro más pausadamente, intento pensar….No he reparado en una posibilidad, había una entrada, o sea…giro la cabeza y, ¡si!, la puerta está entreabierta.
Recorro los cinco metros que me separaban de la puerta rápidamente y subo las húmedas escaleras con ansiedad. Llego a la planta y estoy el pasillo debajo del cual me encontraba antes, abierto al fondo, con acceso a un patio con árboles. Lo recorro más tranquilo, llego al patio, pero sigo pensando…. Me doy media vuelta, hasta el inicio del pasillo, me recuesto en la pared y me quedo mirando…
La planta/techo es de madera, las vigas también. El espacio en el que se alojan las vigas es pequeño, no parece que hace mil años las hicieran así, más bien eran de dimensiones considerables….Tampoco que el piso fuera de piedra: en el resto del monasterio hay bastantes techos de piedra bien conservados…
Si había techo piedra, el piso inferior debería de estar prácticamente a oscuras, sólo con la débil luz de dos ventanas. ¿A que se destinaba este pasillo? Es demasiado ancho para servir únicamente de paso a la puerta del fondo. No parece útil como almacén o granero, sería demasiado húmedo.
 en el piso superior
El del piso superior parece lugar de paso, quizás de charla entre los hermanos, de paseo…Entonces, ¿serían de paseo los dos? ¿Quién pasearía en el piso inferior y quién en el superior?
Me siento en una puerta y me asaltan unas cuántas hipótesis. Cada vez me parecen más descabelladas…
Monasterio, misticismo, pero convivencia, debilidades, culpa…
Seguro que algunos hermanos expiaban pecados en el silencio, obscuridad y humedad del piso inferior. ¿Serían voluntarias estas estancias, para superar la debilidad y reforzar la fe, en estas duras condiciones? Tal vez eran impuestas, como castigo ejemplarizante, o para doblegar alguna voluntad, alguna férrea voluntad, que se oponía ¿a qué? No es fácil saberlo, en una convivencia tan masculina.
Si el piso era de piedra, el aislamiento sería duro, pero más todavía en la hipótesis de la madera; esta permitiría la vigilancia o las miradas de los que estaban “arriba”. ¿Serían comprensivos con las faltas de sus compañeros o servirían para zaherir más al pecador y ablandarlo antes?
Me levanto. Llevo demasiado tiempo en el monasterio pensando tonterías. Me salgo inmediatamente. Necesito pasear por el pueblo, recuperar el calor y el presente y admirar el tejo milenario…
Había salida, pero no se si tenía peaje…